domingo, 10 de febrero de 2008

NEURÓTICOS ANÓNIMOS

Había una vez un hombre muy neurótico que no soportaba ni a su propia sombra. Pealaba en el tráfico, en la cola del súper, en los restaurantes, en su oficina, en el cine, en el deportivo, y aun viviendo solo lograba pelear en su propia casa.

Un buen día soleado y con viento agradable salió despotricando contra todo el mundo como de costumbre, encendió su auto, llegó al cruce conflictivo de siempre y una camioneta se incrustó en su defensa. El hombre neurótico bajó sin preguntar nada, sin pensar y con su bat en mano listo para atacar una vez más. Pero de la camioneta bajó un hombre más neurótico que él y, con pistola en mano, le disparó a la cabeza sin preguntar, sin pensar.

Su familia recogió el cadáver en la delegación Álvaro Obregón al día siguiente, y nuestro neurótico fue cremado.

-R. Blancas

miércoles, 6 de febrero de 2008

DE SUICIDIOS

"No se culpe a nadie de mi muerte. Me suicido porque de no hacerlo, seguramente, con el tiempo, te olvidaría. Y no quiero".
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"No se culpe a nadie de mi muerte." Mentira, siempre se suicida uno por culpa de alguien. "Nadie" siempre es alguien.
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Se suicida uno por cualquier cosa.
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-¡A ver si traes buenos frenos!
Y se tiró bajo el coche.
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En todo suicidio hay un asesino que nunca es el suicida.
Otro otro.
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"Puede dar vida, luego me la puedo quitar. Que los mantenga su abuela".
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"Y ahora, ¿qué?"
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"Voy a ver qué pasa".
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"No puedo dormir sin ti".
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¿Para qué vivir sin comer espárragos?
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Llámanlo el sueño eterno. Como padezco horriblemente de insomnio, pruebo.
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Después de todo nada.
Max Aub
Chambeando con las revistas de mi trabajo me encontré estas frases y elegí las que más me gustaron. El texto en sí es más largo.

viernes, 1 de febrero de 2008

OBSTINADOS

Esa manera aferrada de defender sus ideas, esa persistencia, esa pasión, esa frecuente inclinación a la persuasión… nunca dejaba ganar a nadie en las discusiones, y ciertamente, llegaba un punto en el que nadie quería ganarle. Lo adoraba, adoraba eso en ella de tantas formas. Después lo amé tanto como la amé a ella.

Pasados los años, los pleitos y las arrugas… la pasión se tornó en obstinación, la obstinación se volvió testarudez y la testarudez se convirtió en una horrible terquedad. Lo odié, lo odié tanto que la llegué a odiar a ella también. La odié lo suficiente para dejarla sin avisarle, para hacer mis maletas y jamás regresar.

De ella no supe más… y de mí, de lo que me llevé sin poder evitarlo, sólo queda esta punzante vena que me obliga a siempre rebatir cualquier comentario, cualquier idea; este punzante impulso de nunca dejar que nadie más que yo tenga la razón. Y lo odio, lo odio tanto como la odio a ella.


-R. Blancas