Probablemente lo más apropiado hubiera sido simplemente
crear un nuevo blog. Pero tengo problemas para dejar ir las cosas. Todas las
cosas, cualquiera, hasta las plumas (todas tienen nombres). Así que la solución
obvia fue simplemente cambiarle el nombre al blog. Pimpearlo, vaya. No es como
que vaya a cambiar el rumbo de mis entradas. Este blog, en realidad, jamás ha
tenido una temática definida. Si bien es más común que sirva de diario, también
es el único lugar en el que publico mis
cuentos-debrayes-minificciones-poemosidades-etcétera. Y creo que seguirá
funcionando de la misma manera. Tal vez ahora con un poco más de fotos. Tal
vez. Tal vez hasta me vuelva un poco constante.
La situación que me llevó a hacer este cambio fue una urgencia por dejar de
vivir en mi cabeza todo el día, todos los días, envuelta solamente en mi
posgrado y las obligaciones del trabajo. Claro, cambiarle el nombre y la foto al
blog no pareciera el graaaan escape. Pero sí que lo es. Aun si vengo a quejarme
del trabajo, aun si nadie me lee, al menos es un respiro en mi chulo lugar de
desahogo existencial. Considero este
cambio un buen primer paso hacia la paz mental. O hacia la locura. O hacia
ambas. ¿Qué no son la misma cosa?
En fin, hoy muere The Phrase that Pays y nace La rumba de Tarumba. Así que, en
honor a esos casi 6 años de adornar mi blog, dejo para la posteridad a mi viejo
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Cheers