—Te vas a callar. Te lo juro, no volverás a abrir esa boca si no es para tragar tierra.
Entonces se acercó despacio sin dejar de mirarlo a los ojos. Sacudió su pala y la elevó lo suficiente para tomar vuelo. Sintió mariposas en el estómago, las mismas que le provocó cuando lo vio por primera vez, y dejó caer la pala sobre su cabeza con todas sus fuerzas. Él aún se movía, balbuceaba con sus pocas fuerzas y casi lograba articular palabra, pero ella no lo iba a dejar terminar.
—Y tú que creías que no sería capaz…
Cayó la pala de nuevo en su cabeza, esta vez con más fuerza. No tuvo que tocarlo, supo que había dejado de respirar. Ahora no podía reconocer su rostro, aquel rostro que una vez amó, aquel rostro que tanto odió, ahora lucía tan monstruoso como lo que la había hecho sentir por tanto tiempo. Se dio unos segundos para recuperar el aliento mientras le desataba los brazos. Sus manos aún estaban tibias; no supo por que eso la reconfortó, pero entrelazó sus dedos con los suyos una última vez. Sonrió con los ojos, soltó su mano mientras se levantaba y con una patada en la espalda lo hizo caer al agujero. Tardó menos de una hora en llenarlo de tierra y, efectivamente, lo que quedaba de boca aún en su lugar, no hizo más que tragar tierra hasta hundirse en ella.
Por la mañana ella no recordaba nada, y jamás volvió a sentir aquel impulso monstruoso que enterró junto con él.